La lentitud resulta una estrategia infructuosa frente a la lógica de la aceleración.
Luciano Concheiro
Voula seguía el mismo camino de todos los días. Al principio no lo notaba, pero hace tiempo que el muro sobre la avenida había cambiado varias veces. Primero harían un local que decidieron tirar, luego lo pintaron de diferentes colores y las hojas secas del árbol a su lado rellenaba los huecos donde alguna vez hubo una pared transversal. Se preguntaba como un espacio inerte podía llamar tanto su atención. No había nada ahí. Un contraluz en la pared proyectaba sombra sobre el piso. Tal vez porque el sol era intenso o por romper su rutina pero decidió sentarse. La cicatriz de la construcción derrumbado era continua, abatía tanto pared como banqueta en un sólo plano. Voula, con su cuerpo, emuló este gesto. Después de superar un fugaz pánico escénico, sintió su corazón acelerado bajar el ritmo y su respiración pausada. Vio pasar gente a diferentes velocidades, unos más rápido que otros. Uno se tropezó y siguió caminando con el pantalón roto. Se dio cuenta de como avanzaba la sombra por el piso y como el aire intermitente movía las hojas secas. Cerró los ojos y con las palmas de las manos sentía del muro desprenderse polvo y pedazos mas grandes de concreto. Pensó que los diferentes colores en la pared obedecían a un cambio natural y constante del espacio, tan lento que era casi imposible de percibir. Miró el reloj cuando el sol le daba en la cara y el cuerpo le dolía después de varias horas en la misma posición. Se levantó mientras tomaba un pedazo suelto de la pared y lentamente caminó de regreso a casa.