El desconocido mundo del negro afromexicano
En las Américas, en la época de las colonias, se llamaba cimarrón al esclavo negro fugitivo que llevaba una vida de libertad en rincones apartados de la civilización.
El fandango es un baile popular de movimiento vivo y apasionado. En México también significa rumba, parranda, bullicio.
Hacia 1570, el 0.6% de la población de la Nueva España estaba conformado por una comunidad africana proveniente del comercio de esclavos entre La Corona y Portugal. Eran los inicios de un largo proceso de colonización en el continente. Para 1742 la población negra superaba a la española, alcanzado el 0.8%. Una de las razones de este crecimiento fue la negativa de los peninsulares para emigrar al nuevo territorio, por considerarlo “inestable” y con “grandes riesgos”, lo cual tuvo como consecuencia que un gran número de esclavos africanos fueran exportados a la Nueva España como fuerza de trabajo en distintos rubros: minería, ganadería, pesca, trabajos domésticos, entre otros.
Uno de los primeros africanos que llegó a México fue Juan Garrido, un hombre libre que formó parte de la conquista que lideró Hernán Cortés. Se dice que Garrido fue quien plantó el primer trigo en la Nueva España. Más tarde, durante la lucha independentista de 1810 a 1821, donde los ejércitos estuvieron formados por las diversas castas que hasta ese momento componían a la sociedad, se consolidó uno de grandes logros de esta gesta: México se convirtió en el primer país de América en lograr la abolición de la esclavitud. En los años posteriores, la población afro-descendiente comenzó a agruparse principalmente en dos puntos del territorio mexicano: Veracruz y la región de la Costa Chica—frontera entre Guerrero y Oaxaca—.
Ricardo Flores Magón, periodista y escritor mexicano, en una carta dirigida a su hermano, da cuenta que a finales del siglo XIX los negros bailaban el huapango zapoteco sobre tarimas. El hecho de que exista una comunidad afro-descendiente en México no está reconocido por la Constitución. Esta poca conciencia que gira en torno a la ocupación del territorio mexicano por parte de una raza negra, ha propiciado todo tipo de debates que giran en torno a temas sociopolíticos y de identidad que se conjugan, actualmente, en una lucha por su reconocimiento.
Hoy en día la población que se autodenomina Afromexicana está construyendo una versión propia de su pasado; ha comenzado a recuperar y rehacer su historia o, quizá, hacer visible una historia que mantuvieron viva en la clandestinidad. La danza de los Diablos Negros es un ritual que los negros realizaban en tiempos de la colonia, donde honoraban al Dios Negro Ruja, a quien pedían ayuda para liberarse de los grilletes de su esclavitud. Actualmente el concepto de adoración a este dios se ha sustituido por la veneración hacia los muertos, fusionándose con las tradiciones precolombinas de algunas comunidades indígenas en México.
El cimarrón y su fandango nos habla en forma alegórica del pasado de una comunidad negra y su recorrido por los vaivenes de la historia colonial, su integración en el territorio y su sentido de identidad dentro de él. Pero ese pasado no es sólo un concepto histórico descriptivo sino, sobre todo, una determinación del presente. Y, en el caso de los Afromexicanos, un presente marginal, inestable e inmemorial.